La cata con Sara Pérez, Esmeralda García y Cristina Yagüe, tres mujeres muy potentes que trabajan en tres sitios radicalmente dferentes entre ellos, era uno de los puntos fuertes de la segunda jornada de la Barcelona Wine Week 2023.
Bajo el título de “Suelos tan singulares como indomables”, las tres viticultoras explicaron brevemente sus proyectos, las dificultades a las que se enfrentan, los suelos en los que trabajan y los vinos que elaboran. Bueno, dos de ellos cada una.
Cristina Yagüe, cabeza visible del colectivo “Anonimas Wines”, empezó explicando el objetivo y también la razón de ese nombre, rendir tributo a todas aquellas mujeres invisibles que no fueron reconocidas en sus labores, y no solamente en el mundo del vino. Elaboradora básicamente de tintos en una tierra tan característica de blancos como las Rias Baixas, sobretodo con la variedad caíño tinto como bandera, Cristina elabora también en la Ribeira Sacra y seguramente debido a ello se decidió a traer dos mencías para la cata. Incidió especialmente en la importancia de saber manejar los suelos en los que una trabaja y habló de la recuperación y conservación de viñedos viejos como uno de sus grandes objetivos.
Quedé prendado de Esmeralda García. Su hablar suave pero firme, decidido, claro y conciso, humilde ante todo me atrapó. Trabaja en su pueblo, de donde un día se fue para aprender todo lo posible y más y al que regresó finalmente, mucho más sabia, para elaborar vinos con una sola variedad, la verdejo, en un entorno nada fácil. Viñas de entre 150 y 200 años, parajes muy cercanos entre sí, pero muy distantes en suelos. Algunos muy mesetarios, otros a escasos metros del bosque, sus vinos son el resultado de la suma de clima, suelo y ambiente. Santiuste de San Juan Bautista (necesario lo de “san juan bautista”…hay otro Santiuste en la provincia de Guadalajara), provincia de Segovia es dicho pueblo y casi da el nombre a su vino básico, vino de pueblo lo llama, el que define el caracter del territorio: Arenas de Santyuste. Un vino salino, ágil, con una fantástica entrada y mejor salida en boca, goloso.
En un arranque brutal de sinceridad, Esmeralda explicó como tuvo que adaptarse a unos suelos complicados que costaban de entender, hasta que comprendió que era ella quien debía adaptarse a esos suelos y no ellos a las ideas con las que había regresado a su pueblo. Reconoció una especia de exceso de soberbia, en plan “sabelotodo”, después de haber pasado por bodegas grandes e importantes, un deseo de imponer sus conocimientos, hasta que vio que no se podían trabajar igual todas las zonas, mas bien al contrario. Insistió en las diferencias entre los suelos de sus distintos parajes y parcelas, pasar de un suelo super seco a uno cerca del rio donde las cepas tienen la competencia de los pinos del bosque que tienen a tocar, habló de las distintas parras de un lugar y otro, de unas muy pequeñas que casi no se levantan de tierra y producen unas uvas muy pequeñas a unos donde son altísimas y dan uvas enormes. Me cautivó. Y cuando catamos su segundo vino, un homenaje a los vinos jerezanos. Mishiko es un verdejo criado con velo de flor en botas de 500 litros de Gutiérrez Colosia, una de las bodegas más emblemáticas del Puerto de Santamaría, con una nariz sorprendente y un impresionante paso en boca, más suave que un vino encabezado pero más potente que uno tranquilo.
Los vinos de Cristina Yagüe eran dos mencías, una muy cercana a la Ría de Arousa, en pleno Valle del Salnés, y la otra de la Ribeira sacra. La primera era refrescante, salina, con mucha fruta de la Finca Carramachelo, en Cambados. La segunda venía de la parcela Abelairas, muy diferente en boca y que mejora con un poquillo de tiempo en la copa.
Sara Pérez es una bestia, en el mejor sentido de la palabra, por supuesto. De presencia y hablar magnéticos, absorventes, uno se dejaría llevar por ella in eternum. Inquieta, insaciable, meticulosa, curiosa por naturaleza, explicó los retos a los que se enfrenta en un Priorat que tiene mil y una diferencias entre sus diferentes valles y parajes, muchas mas de lo que la gente se piensa. Solo, afirmó, con explicar las diferencias entre Pesseroles, Escurçons y Martinet ya tendríamos para varias horas. Lleva tiempo estudiando minuciosamente sus suelos en colaboración con W, el máximo especialista en la materia que hay en España y parte del extranjero, para poder superar mejor los retos a los que se enfrenta cada día. Por ejemplo, Sara contó su constante observación de cómo se comportan las malas hierbas de sus parcelas ya que ellas les transmitían información de los suelos que luego trasladaban al cuidado de la vid. Y dijo que más que un individuo, cada viñedo es como una comunidad.
Sara llevó dos maravillas, Escurçons 2020, una de las fincas más reputadas de Mas Martinet, y Pesseroles brisat 2014, un orange wine de una parcela mayoritariamente compuesta por uvas tintas fermentado en ánforas de cerámica y criado en damajuanas de cristal sin raspón tres meses que estaba absolutamente delicioso. Escurçons era otra galaxia pese a estar elaborado de igual manera al fermentar también en ánforas de cerámica (pero con raspón) y criado en damajuanas de cristal (muchos meses más). Escurçons podria tener todas las características del exceso prioratino, del fuego en la tierra, la concentración y la extracción en exceso, pero Sara le da la vuelta y lo trata de esta manera para intentar apagar estos excesos, con la presencia del raspón para dar frescura y la ausencia de madera para buscar finura e intentar evitar potencia y concen